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Raúl G. un hombre de 34 años recuerda cada Día de los Difuntos, la vez que unos desalmados le robaron la ganancia obtenida producto de su trabajo de limpiar y pintar tumbas en el cementerio general de Ciudad Delgado.
Los hechos ocurrieron el 2 de noviembre del año de 1999, eran alrededor de las 6:30 de la tarde cuando Raúl, que en aquella época tenía 14 años, se disponía a regresar a su casa luego de haber trabajado durante todo el día limpiando y pintando sepulturas en el cementerio.
“Esa vez me había ido bien, había ganado casi 200 colones” asegura el hombre. Según manifiesta, iba saliendo del cementerio con otros amigos que también trabajaban como él.
Luego se despidieron y no se percató que unos metros adelante estaban tres pandilleros y le pidieron dinero. “Hey morro pasáte un bola” le dijo uno de ellos. Raúl pensó que si les daba un par de monedas lo dejarían en paz, pero no fue así.
“Hey sabes qué, dame todo el billete y no vayas a decir nada sino te trabonéo” le dijo el marero amenazándolo con una cuchilla de electricista.
Raúl sin más que hacer no tuvo fuerzas ni para gritar y se resignó a entregar el dinero que tanto le había costado ganarse durante el día.
“Lo más triste para mi es que yo le debía al papá de un amigo 25 colones, que me había prestado para comprar el bote de pintura”.
Además de llegar a su casa con el cuerpo todavía tembloroso, el muchacho le contó a su madre lo ocurrido y ella lo abrazo y se pusieron a llorar los dos. “Ay hijo, ya vamos a ver cómo le pagamos a don Toño” le dijo.
Cuando el padre de su amigo escucho lo sucedido le dijo que no se preocupara, que no le debía nada, pero que tuviera más cuidado.
Según Raúl, con el dinero que había ganado pensaba comprarse un par de zapatos deportivos, ya que el 5 de noviembre cumple años y ese iba a ser su “Autoregalo”; “NI modo, me quede sin regalo” dice resignado.
A pesar de la dura experiencia, el muchacho no tuvo miedo de volver a trabajar limpiando tumbas y siguió yendo cada 2 de noviembre “a rebuscarse al cementerio”.
Sin embargo, ahora era más precavido, cuando juntaba algo de dinero se iba para su casa, la cual quedaba a unos 200 metros del cementerio y guardaba las ganancias. “Así se me roban, me roban poquito” cierra sonriente.